La idea esencial cuando formulamos un propósito es reprogramar el inconsciente. Este actúa a través de pensamientos automáticos que son muchas veces indetectables, formando un repertorio de corte adaptativo con la única misión de la supervivencia. Un ejemplo de esto puede ser la capacidad que tenemos para superar ciertos retos. Hemos desarrollado un repertorio de creencias que actúan de forma automática, dándonos el poder y los mecanismos para superarlos. Ahora bien, estos pensamientos automáticos pueden ser programados desde nuestra infancia -como hemos visto- con un poder autodestructivo. Un ejemplo bastante socorrido es el "no puedo" que nos decimos ante situaciones en las que sabemos, y nuestro entorno significativo sabe, que estamos capacitados con holgura para superarlos.
En ese entorno entran los propósitos: se trata de reprogramarnos -valga el ejemplo de Coué, aunque iré exponiendo otros más desarrollados- para que el mensaje sea optimizador, de crecimiento, de adaptación. Se suele decir que los propósitos han de ser formulados de forma positiva (esto es, sin negaciones), aunque si somos capaces de dotarnos de un amplio repertorio de propósitos positivos conseguidos podríamos introducir alguno negativo conviviendo con uno positivo (por ejemplo para evitar la opinión cáustica de un desanimador profesional: "mi opinión es centrada y valiosa, ignoro la de x").
En todo caso, como ya he venido señalando, el quid es cómo acceder al software del inconsciente. He ahí una cuestión que iré desarrollando.
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