Existe un pequeño cuento zen en el que un monje pregunta al maestro si tras la iluminación uno sigue siendo el mismo, y el maestro responde con la frase que reza en el título de la entrada. Cuando enfocamos nuestra mejora, sanación o curación nos encontramos con una cierta reacción defensiva a través a un apego a lo que creemos ser y nuestros atributos (físicos, materiales, sociales...). Esta defensa de la personalidad es lógica, pues con ella hemos de contar siempre.
La cuestión no es lo que perdemos, sino lo que tenemos. Lo que apreciamos de nosotros es aquello que creemos que nos proporciona afecto, estabilidad, amor, felicidad, alivio... En primer lugar hay que ver si realmente nos aportan tales cosas y en segundo darnos cuenta de que son esos sentimientos, certezas, seguridades y conocimiento lo que buscamos. Es decir, buscamos la felicidad, no aquello que creemos que nos la da.
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