Tener un fin, por peregrino que nos pueda parecer, y ser capaz de secuenciarlo en etapas, momentos o concretarlo de alguna forma, es esencial para desarrollarnos. Cualquier método o camino que sigamos adquiere fuerza y optimiza su devenir cuando hay un objetivo, un destino, al que queremos llegar. Así pues, vivir con propósitos y valores nos da fuerza y resiliencia. De esa forma dejamos de ser -parafraseando a Radio Futura- el hombre de papel, el juguete del viento.
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