Existe una tendencia lógica y fundamentada a despreciar la
fuerza de voluntad como motor de cambio cuando nos sumergimos en los
descubrimientos del poder del subconsciente, los hábitos, las creencias o los
últimos hallazgos de la neurociencia cognitiva, pero, como vimos en la entrada
dedicada a Viktor Frankl, la volición y la decisión juegan un papel esencial en
conducirse a uno mismo y crecer.
Obviamente, ni la fuerza de voluntad lo es todo ni debemos
entenderla como un becerro encabritado. Muy al contrario, reprogramarnos es
esencial y la voluntad es una herramienta muy importante si se sabe manejar.
Todos, en mayor o en menor medida, hemos victorias gracias a nuestra fuerza de voluntad, sin considerar la creencia o el
hábito. Pero ella siempre mejora si tiene un porqué y/o si tiene un cómo. En
efecto, cuando echamos mano de la volición para alcanzar un objetivo sin tener
una motivación profunda, esa energía se va gastando con excesiva rapidez. Lo
mismo ocurre si la empleamos mal, y no de una forma ordenada e inteligente.
Por ello, tener un propósito es esencial para usar la fuerza
de voluntad, pero también tener una forma de emplearla. Pongamos el ejemplo de
adelgazar. Si lo enfocamos como un propósito más de Año Nuevo no durará demasiado,
pero si estamos mentalizados de la importancia de un peso adecuado para nuestra
salud y sabemos cómo enfocar día a día, de manera llevadera, ese
adelgazamiento, lograremos avanzar.
No obstante, y esto queda patente en el blog, la capacidad
de cambiar nuestras creencias es el principal motor de cambio/mejora. Si
conjugamos con ello un uso adecuado de la fuerza de voluntad lo lograremos.
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