El 7 de julio de este año se cumple el décimo aniversario del fallecimiento del compositor británico Syd Barrett. Sus logros musicales son breves, pero nada efímeros: fundó Pink Floyd, compuso la inmensa mayoría de sus primeros temas y marcó, aun cuando dejó la banda en 1968, con su personalidad y su vanguardismo toda la obra posterior del mítico grupo. Dejó de componer muy pronto, debido a problemas de psicosis y esquizofrenia causados o agravados por el abuso de psicotrópicos en su juventud. Pero todo estuvo a punto de cambiar en el verano de 1965, un año después de fundar la banda. En esas fechas Syd conoció (de acuerdo con lo publicado hace pocas fechas por la revista Rolling Stone) a miembros de una secta Sikh llamada La Senda de los Santos. Dicha secta preconizaba el matrimonio, la abstinencia de toda sustancia embriagante o narcotizante y la castidad circunscrita a la mera procreación. Cuando Syd quiso ser aceptado por el gurú, M.C. Singh Ji, fue rechazado, pues el maestro de la secta consideraba que la decisión del músico era emocional y no reflexiva. De vuelta a Cambridge S.Barrett siguió enfrascado en su mundo de LSD y rock, que llevó a marcar la impronta del mejor grupo de rock de la historia, acaudalando belleza y arte de una forma colosal. Todo esto, sin embargo, se pudo haber perdido si Syd hubiese entrado en aquella secta lo cual, quizás, podría haberle ayudado, al menos, a mantener la cordura durante muchos años.
Este detalle biográfico nos trae la reflexión de la paradoja de las desgracias. El sufrimiento, asumido o no, que conlleva beneficio posterior, las malas decisiones que tanto nos causaron, las injusticias nunca desagraviadas que comportaron a la larga felicidad a otros, o simplemente los dolores que nos hicieron al final mejores personas. Y es algo que nos pone en jaque: si en tal o cual época hubiésemos sabido lo que hoy sabemos, ¿habríamos hecho felices a quienes lo hicimos? ¿Habríamos alcanzado las cotas de madurez que hoy disfrutamos o las esperanzas que podemos considerar como ciertas? ¿Sería el mundo ligeramente diferente?
Quizás sea tiempo de, mejorándonos en nuestra raíz, consolar a aquel yo dentro de cada uno que aún espera ánimo, serenidad, un golpe de suerte o un desagravio.