Muchos gurús de la autoayuda proclaman de forma cansina la necesidad imperiosa de amarnos a nosotros mismos, lo cual -dicho sea de paso- es nada con sifón, puesto que el "yo mismo" no deja de ser algo laberíntico.
Podríamos decir que ese yo es grosso modo una conciencia de nuestra mente, cuerpo, historia personal, memoria genética (esto es, memoria de la especie) y condicionamientos genéticos. Se produce a un nivel consciente y otro subconsciente (el más fuerte, como hemos visto). Pero no podemos obviar la vis social del ser humano, para la cual -como cualquier otro mamífero- está programado.
Todo es un conjunto, pero partimos de la base de que la mente es el cerebro. Ahí es donde entra en juego el enorme poder subconsciente para limitarnos y sus consecuencias a nivel consciente. Ello implica la creación de un rol, un personaje o una máscara, que es la que -siguiendo tan vago consejo- acabamos tratando de amar.
El amor a uno mismo, auténtico y radical, es connatural al ser humano sano. No se dirige a ese yo construido, ni a un yo externo, de lo que podemos colegir que amar es amarse a uno mismo.
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