Podemos plantear el epifenómeno como una realidad constatable que resulta de la acción y mecánica de un fenómeno. Así, por ejemplo, el fenómeno de encender la luz eléctrica produce unos epifenómenos como su reflejo en el cristal o un ligero zumbido en tubos de neón. El epifenómeno no tiene autonomía y existe sometido jerárquicamente al fenómeno.
Existe una idea sobre la conciencia y la identidad y su extremo, el alma, como un epifenómeno de la actividad fisiológica general del ser humano. Así pues, desde este punto de vista, al cesar la actividad vital del individuo esos epifenómenos cesarían.
Desde un punto de vista más modesto se pueden considerar la ansiedad, la obsesión u otros muchos trastornos como epifenómenos del funcionamiento del organismo y de las creencias que han basado la construcción de su personalidad. Por lo tanto, actuar sobre la ansiedad o la obsesión no tendrían un efecto radical sobre el problema, puesto que habría que actuar sobre los fenómenos que las originan. Evidentemente, no pudiéndose intervenir profundamente sobre la fisiología (aunque la epigenética abre un debate en esto), la raíz de nuestra acción estaría en las creencias que sostienen nuestra visión del mundo.
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