Es bien conocido por todos el dicho que reza que todo tiene un precio. Su obviedad radica en la capacidad de elegir: en una encrucijada, grande o pequeña, nuestra elección comporta desechar opciones y provocar una reacción en nosotros y en el entorno. No obstante, el mero hecho de estar vivos y, por tanto, sentir la vida con sus satisfacciones, emociones o belleza, implica aceptar en ella su lado inevitable de dolor, pérdidas, molestias o frustración.
En este contexto dicotómico (yin-yang) y de acción-reacción (karma) nos encontramos en la ineludible obligación de adaptarnos. Ya vimos en el blog que somos en un entorno y todo cambia constantemente. No basta, pues, con aceptar el pago del precio de vivir, sino que es necesario adaptarnos constantemente dejando de lado las ortodoxias de nuestra personalidad que, si bien nos ayuda a vivir, busca por otro lado perpetuarse de una forma inflexible.
Liberarse, pues, de las creencias que nos limitan nos ayuda a adaptarnos y a aceptar la vida.
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