La ilusión del control puede entenderse como una disonancia cognitiva consistente en creer que controlamos entornos en los que operan multitud de factores (algunos de ellos muy poderosos), o una idea muy popular en el zen y el estoicismo, que recalca lo recién mencionado y sugiere que incluso ese dominio es un espejismo en buena parte de nosotros mismos.
La idea esencial de que nuestra mente consciente posee el control sobre el entorno, nuestros pensamientos subconscientes, nuestra salud o nuestros hábitos es bastante pueril. En el entorno operan multitud de factores que se nos escapan; nuestros pensamientos subconscientes son abrumadoramente superiores en número a los conscientes, y su programación -como ya se ha visto en el blog- requiere una intervención particular; nuestra salud, aunque esté vinculada con lo afectivo, es un conjunto de factores complejos; nuestros hábitos, alojados en los ganglios basales, precisan de un trabajo constante que se escapa a un mero acto consciente volitivo.
Concretando aún más, existe un riesgo bastante probable cuando iniciamos la reprogramación de nuestro subconsciente: el excesivo control. Cuando la reformulamos necesitamos tiempo para que se ajuste la propia estructura subconsciente y se creen nuevos hábitos. En ese ínterin, que puede ser más o menos extenso, existe la tendencia de sobreintervenir y forzar la nueva formulación y eso, salvo casos extremos, es pervertir el normal desarrollo de lo trabajado. Dicho de otro modo: una vez sembrada la semilla, independientemente del cuidado que conlleve, hay que dejar que sea la Naturaleza la que siga su curso.
Saber soltar es todo un arte, y es tan necesario como tener el coraje de mejorar.
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