En el libro "Elogio de la lentitud" Carl Honoré nos plantea no solo los beneficios de la calma a la hora de afrontar y manejar lo cotidiano, sino cómo durante los últimos ciento cincuenta años cualquier actividad, por nimia que sea, se ha vuelto más frenética y, por tanto, insoportable.
La Naturaleza es parsimoniosa. Los cambios estacionales son lentos, las tormentas se gestan durante horas y la edad adulta llega a un ritmo tenue. También, como refiere el gran pintor y arquitecto austríaco Friedensreich Hundertwasser, la Naturaleza odia la línea recta. Los cambios no son en absoluto lineales ni uniformemente acelerados. En efecto, la llegada de las estaciones no supone un progresivo incremento o descenso térmico y a veces la adolescencia tiene pequeños retrocesos.
Cabe preguntarse por qué nuestra sociedad es más frenética cada vez, por qué se ve como algo normal y cotidiano vivir estresado, atareado e, incluso, agotado. Posiblemente vivamos en un entorno social en el que el hombre no está considerado como tal, sino como un engranaje de un sistema productivo cuyos beneficios solo alcanza, en el mejor de los casos, a rozar y, como tal herramienta, su autoestima está cifrada en términos de utilidad productiva, y, por tanto, carece de autonomía, autoconocimiento y autenticidad. Para ello los ideales sociales, como potentísima agencia educativa, usan el consumismo, el materialismo y la cosificación como utensilios de dominio, e inducen a la persona a ser producto de consumo y herramienta de producción.
En este devastador contexto la alienación y, como consecuencia, la angustia se empiezan a apoderar del ser humano y se ve compelido a consumir medicación peligrosa, per se y por ser adictiva. Y las cifras ya empiezan a ser alarmantes.
Todo camino o técnica, y la expuesta en el blog está en esa línea, deben llevar al ser humano a armonizarse consigo mismo y con el entorno, ser dueño de su propia vida. A partir de ahí la lentitud y la riqueza vendrán de forma consecuente.
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