1. Regresar a la práctica y recitación cuando nos demos cuenta de nuestra divagación.
2. Aprovechar el recurso del ruido. Esto es conocido en el yoga, la meditación e incluso en la oración cristiana. Se trata de aprovechar los ritmos de la vida, tanto exteroceptivamente (viento, lluvia, tic-tac del reloj, ruidos en general...) como propioceptivamente para recitar, meditar y, en nuestro caso, formular propósitos. Así pues, en posición de equilibrio, relajados y aunando las manos podemos concentrarnos en la respiración, latido, viento, etc para formular nuestros propósitos, meditar o relajarnos.
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