Mirar qué fuimos en el pasado, lejos de constatar hechos con una objetividad casi notarial, es recrear, a la luz de lo que hoy somos - y, por tanto, cómo vemos el mundo - aquello que fuimos y pensábamos que éramos. En este sentido, mirar hacia atrás es un acto nada aséptico, pero comporta -con cierta frecuencia- emociones profundas: orgullo, añoranza, melancolía, tristeza, satisfacción... En el camino de la evolución personal se suele comprobar que había zonas ciegas de nosotros y que, junto a los defectos que creíamos ver, existían virtudes.
En efecto, en nosotros existen aspectos de mérito incuestionable y logros profundos junto con aspectos muy mejorables de nuestra programación subconsciente. Por ello, reprogramarnos debe hacerse en función de nuestras necesidades y no en función de grandes revoluciones.
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