Cualquier problema de corte afectivo tiene una expresión física de orden complejo que se suele desarrollar de forma orquestal. Si excluimos, obviamente, problemas de etiología puramente fisiológica, nos encontramos de bruces con que cualquier problema afectivo y su expresión física arranca de nuestras creencias y con cierta frecuencia de las más profundas. Por lo tanto, cualquier terapia, consejo orientador, sugerencia o práctica que no arrance del punto de partida está destinada, en el mejor de los casos, a ser un simple -pero no por ello desechable, ni mucho menos- cuidado paliativo. Así pues, el consejo de un amigo, cónyuge, padre, abuelo, hermano o familiar cobra una importancia -frecuentemente- radical, porque parte del conocimiento que de nosostros tiene/n y, por ello, de nuestro sistema de creencias, que muchas veces se nos antoja invisible, pero que se muestra en la intimidad a través de qué decimos, cómo, cuándo y del lenguaje no verbal.
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