Una de las claves para la adaptabilidad y el control/gestión emocional es la tolerancia a la frustración. Ya desde los orígenes del budismo y antes del yoga, se exponía la fuerza de nuestra parte emocional y la necesidad de gestionarla adecuadamente.
En este sentido, en 1972 se realizó un experimento con niños de entre tres años y medio y ocho. El objetivo era retrasar la gratificación de comer un dulce. El niño podía elegir entre comerlo inmediatamente o esperar para obtener una recompensa aún mayor. El seguimiento de los casos dio en que aquellos niños que retrasaron la satisfacción se convirtieron en adultos más resilientes y adaptados que los que sucumbieron.
La tolerancia a la frustración podría, pues, entenderse como un músculo. Exponiéndonos a pequeñas situaciones de frustración nos va a dar la posibilidad de desarrollar herramientas propias para tolerar y superar las dificultades y para adaptarnos a la vida.
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