Más allá de considerar los momentos felices fugaces o no (la impermanencia es una realidad), estos se caracterizan por su sentido de realidad. En efecto, estas vivencias nos tocan en todos los sentidos y quedan enterradas en la memoria bajo los escombros de lo cotidiano, los traumas y los sinsabores de la vida. No obstante siguen ahí, y los podemos considerar parte de nuestro auténtico patrimonio personal.
Junto a la vividez de estos momentos está una enseñanza clave: los hemos experimentado con y sin aprobación ajena, independientemente de nuestra cuenta corriente, nuestros méritos sociales, nuestra propia valoración de nuestras características físicas. Su beneficio se cifra en sentimientos, sensaciones y creencias.
Revisitar estos instantes es una buena inyección de vida ante las fantasmagorías de las creencias destructivas y la injerencia de lo social, y pueden ser una buena y sólida base para la construcción de creencias sanas y una vida mejor.