Si vemos cómo los niños aprenden a nadar nos daremos cuenta de que cuando están solos por primera vez en la piscina se agarran a un punto fijo y van haciendo tanteos hasta llegar al siguiente punto. Todos empezamos a familiarizarnos con el agua más o menos así. Cuando el niño llega al destino no es porque haya cambiado su creencia, sino porque ha ampliado su zona de confort.
En realidad es una buena enseñanza: para salir de nuestra zona de seguridad o certeza no solo podemos modificar nuestro subconsciente, sino que podemos hacer pequeños avances diarios, por minúsculos que parezcan, para liberarnos de esas rejas que, por miedo, nos atrapan.
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