Las carencias afectivas en la pubertad y adolescencia, época de la vida en la que nuestro referente pasa de nuestros padres/tutores al grupo de iguales, potencian la dependencia de los líderes. En ese momento tan delicado los problemas emocionales pueden derivar en esclavitud hacia el grupo, su ideario, roles y líderes. No obstante esto es un hecho biológicamente explicable: se empieza a definir la personalidad, el camino hacia la autonomía moral, a pensar abstractamente y comienza la vida útil del individuo en el grupo (asumiendo ser un elemento más para la supervivencia de dicho grupo).
La esperanza de vida hace que ese proceso que, biológicamente hablando, parece hacernos meros portadores de genes, concluya generalmente al pasar la adolescencia o primera juventud. Pero no ocurre siempre así. Las mismas carencias antes referidas pueden llevar a la persona a presentar una actitud de perpetuo adolescente.
Cuando se superan todas o buena parte de esos déficits y se mira hacia atrás nos encontramos con, parafraseando el título de la obra de Wim Mertens, la épica que nunca fue. Descubrimos las miserias de los que creíamos nuestros líderes, miserias que, simplemente, los colocan en donde siempre estuvieron: simples seres humanos. El recuerdo mítico de aquella época sigue siendo bello, pero pasa del nivel de lo épico al nivel de, generalmente, bellas y contradictorias relaciones entre seres humanos que compartían la aventura del crecimiento.
No hay comentarios:
Publicar un comentario