Se suele decir que la práctica de la meditación zen es un fin en sí mismo y no un medio. De hecho, los grandes maestros evitan enfocar la guía de su práctica al satori o iluminación y prefieren localizar su labor en la meditación por sí misma. En este sentido cabría situar a la oración consciente. Ambas prácticas son en sí misma un valor y se buscan independientemente del beneficio que a nuestro ego (entendido como la suposición de lo que somos en función a aspectos aprendidos y/o automatizados) le pueda propiciar.
Por ello, incardinar en nuestra vida prácticas holísticas, independientemente de su profundidad o connotación espiritual y religiosa, ha de ser un fin en sí mismo, y en este sentido debe situarse el método expuesto en el blog, sea per se o aplicado. Acercarnos a la acción metódica de entrar armónicamente en nuestro subconsciente y reprogramarlo en la línea de lo ético, lo constructivo, sano y hasta salvífico, o aplicar este acceso a reforzar, meditar, relajarnos u otro cualquier sentido, ha de ser algo íntimo, reconfortante y luminoso. Cualquier otra sensación debería llevarnos a plantearnos en qué punto de dicha práctica estamos errando.
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