- Buena salud.
- Desarrollo hormonal.
- Descubrimiento asombrado del mundo.
- Limpieza y claridad en los sentimientos.
- Sueños, aspiraciones e ilusiones.
Junto a estas características cabría hacer unas distinciones sobre la juventud:
La juventud recordada: con el paso de los años se suelen contemplar el periodo juvenil con añoranza, pero debemos partir de que los recuerdos se actualizan en función de quiénes somos y cómo nos conceptualizamos ahora. Ello no implica que no haya un poso de verdad, pero, desde luego, el componente emocional se renueva y repiensa. Como reza el título de un mítico álbum de Wim Mertens, "Épica que nunca fue".
La juventud anhelada: es un lugar ajeno a nosotros, en nuestra mente, donde proyectamos todo aquello que creemos que nos falta o deseamos con fervor, por mitificación o pura necesidad. Ello está presente no solo en una época de la vida, sino en un lugar (Arcadia, Shangri-La).
La juventud perdida: es una versión negativa de lo anterior, consistente en arrepentirnos de cosas que hicimos u omitimos en aquellos años.
Una consideración particularmente importante de la juventud la podríamos denominar los perpetuos adolescentes, esto es, personas que siguen portándose y actuando de manera inmadura (egoísmo, egocentrismo, egotismo, superficialidad, inadaptación, falta de resiliencia, incapacidad para el compromiso, falta de perspectiva social...) independientemente de la edad. Estas personas son como quinceañeros en la piel de adultos. Todos conocemos casos así. Se quedaron en los quince años y así pasen cuarenta más siguen sin moverse de la casilla, incluso desde un punto de vista estético.
Realmente buena parte de las características de la juventud andan sepultadas bajo las creencias paralizantes y solo nos hace falta cambiar estas creencias para que salgan a flote. Pero, al mismo tiempo, no podemos obviar lo antes expresado sobre la madurez. Ser joven es un estado de la mente, pero solo una vez se tienen quince años.